octubre 29, 2010

Reseña de Teatro: Un “Wallenberg” ambicioso

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Uno de los momentos más conmovedores en la epopeya musical “Wallenberg”, estreno mundial en el White Plains Performing Arts Center, llega a su punto cúlmine en el Segundo Acto, cuando los judíos de Budapest son hacinados en un vagón a fines de 1944, unidos por la certeza de la muerte en uno de los campos de exterminio nazi.

Una mano que sobresale de una ventana con barrotes y se escucha la canción “Prayer” (Rezo)

“Oh, Lord, hear our desperate cry. Please, Lord, don’t stand idly by. This can’t be what you have planned. Won’t you stay the devil’s hand?”(“Oh Señor, escucha nuestro grito desesperado. Por favor, Señor, haz algo. Esto no puede ser lo que tenías planeado para nosotros. ¿Te detendrás ante la mano del diablo?)

Hacia el final de la canción, a medida que resonaba el eco de los versos «por favor rescátanos de alguna manera», esa mano tendida se encontró con un hombre, Raoul Wallenberg, parado al pie del vagón, mientras era apuntado por el arma de un soldado nazi.

“Este tren no irá a ninguna parte hasta que cada uno de mis ciudadanos suecos sea liberado», gritó.

En una época anterior a que la palabra “heroico” se aplicara a los lanzadores de las Ligas Menores que arrojaban al lateral, Raoul Wallenberg, ya fue un héroe genuino. Los esfuerzos de este hombre de negocios sueco, que luego devino en diplomático, salvaron 100.000 judíos en Budapest hacia fines de 1944.

La historia verdadera: Utilizó documentos que aparentaban ser oficiales, denominados “shutz-passes”, para proteger a los judíos de los nazis y de la igualmente brutal Cruz Gamada Húngara.

La historia verdadera: Cuando supo que los nazis atarían a tres judíos, le dispararía a uno de ellos y los arrojaría a los tres a las aguas del Danubio para que murieran ahogados, él contrató nadadores fuertes y entrenados para ir a rescatarlos.

La historia verdadera: Convenció a los funcionarios húngaros de cancelar la deportación de judíos y el bombardeo del ghetto de Budapest.

Fue el hombre que estuvo al pie del vagón, un hombre que hizo todo aquello que pudo, para hacer la diferencia.

Con un total de 26 a 29 canciones (más las repeticiones), “Wallenberg” es un musical grande, ambicioso en un White Plains Performing Arts Center ambiciosamente reenfocado.

Dirigida por la directora artística de WPPAC, Annette Jolles, es el primer empeño en una temporada de nuevos musicales y obras a ser presentada en el complejo City Center en White Plains.

El libro y las canciones son de los libretistas ganadores del premio Kleban, Laurence Holzman de Dobbs Ferry y Felicia Needleman de Larchmont, quienes son, respectivamente, director ejecutivo y productor literario. La música de “Wallenberg” es de Benjamin Rosenbluth.

En el papel protagónico que da nombre a la obra, el veterano de Broadway Scott Mikita (“El Fantasma de la Opera”), casi en ningún momento se queda quieto: es un joven apurado, que debe tomar decisiones importantes y sin dudar, que intimida a los soldados nazis, que se codea con los funcionarios húngaros y que debe actuar antes que Adolf Eichmann, el pitbull asesino enviado por Hitler para la disposición final de los judíos de Budapest.

La voz de Mikita es fuerte y clara y su interpretación encuentra todos los matices que el papel requiere. En Mikita, Wallenberg es encantador, pensante, emocional, impulsivo y se encuentra desesperado y acorralado. Si no hay muchas imperfecciones en nuestro héroe, sí existen muchas sombras del hombre, sombras que Mikita refleja en una actuación en la que entrega su corazón y en la que pueden verse todas sus dimensiones.

Joe Cassidy realiza un trabajo muy bueno como Eichmann, a quien representa como un hombre con un encanto empalagoso, y con una confianza nacida de su obsesión por la consecución de un solo objetivo.

El primer acto de 80 minutos es casi tan largo como muchos de los musicales contemporáneos de Broadway, que prácticamente no tienen intervalos.

Hay muchos argumentos, posiblemente demasiados, y cada uno tiene su canción.

Se ve a la viuda embarazada y a su hija (Lauren Lebowitz y Sophia Roth), a la baronesa y su marido de la Cruz Gamada (Leah Horowitz y Mark Campbell), al huérfano que busca a Wallenberg (Benjamin Milan-Polisar) y a los judíos oprimidos de Budapest representados por un excelente grupo vocal que actúa a viva voz.

Si el Primer Acto tiende a rezagarse bajo todas esas historias, “Wallenberg”, impacta el corazón en el Segundo Acto..

Luego del evocador e inquietante “Prayer,” Wallenberg comparte los miedos y la incertidumbre de poder escribir a su hogar en Estocolmo, en “Can I Tell You? (¿Puedo contarte?), un dúo en el que Mikita canta con Alice Evans, como su madre, Maj.

“Three Hungry Fisherman,”(Tres Pescadores Hambrientos) una canción de cuna, aparece ingeniosamente en uno de los momentos más tensos de la jornada, cuando Wallenberg y dos compatriotas esperan a orillas del Danubio para saber si los nadadores pudieron completar exitosamente su misión de salvar a los judíos atados.

Luego está la bella canción “The Lilacs Will Bloom” (Las Lilas Florecerán), en la que Wallenberg y la baronesa le cantan esperanzadamente a la vida que vendrá después de la guerra.

“The countless shades of purple, the fragrance in the air, the blossoms that dot the local hillsides everywhere — one day they will return, you’ll see; we’ll breathe in that perfume. Yes, the lilacs will bloom again.” (Las incontables sombras púrpuras, la fragancia que puede olerse en el aire, los ramilletes de flores que embellecen las montañas por doquier, un día volverán, verás, respiraremos ese perfume. Sí, las lilas florecerán otra vez)

El resultado logrado por Rosenbluth es efectivamente ecléctico, desde las conmovedoras cuerdas de “Lilacs” hasta el sentimiento movilizador del ritmo klezmer de «Another one of Us».

Y luego, “Anna”, una balada que deja sin aire al espectador, interpretada por el chofer de Wallenberg, el impecable Nick Verina, como Vilmos, quien canta sobre su esposa desaparecida. Va y viene desde lo simple hasta lo fastuoso, realizando todo el tiempo una construcción emocional de una expresión profundamente sentida sobre lo preciosa que puede ser una vida.

Los valores de la producción aquí son verdaderamente altos.

La orquesta de Darren Cohen fuera del escenario da una nota perfecta y no sobrecarga a la obra. El sonido, por Jim van Bergen y Michael Eisenberg, está impecable. El vestuario de Gail Baldoni refleja el período y evoca la época.

El diseño de iluminación de Chris Dallos crea efectivamente el clima necesario en la puesta de Lauren Helpern, quien emplea paneles deslizantes que sugieren puestas en escena, con columnas y paredes que materializan las diversas configuraciones y amoblados.

Jolles dirige de manera impecable y con bríos, pero no a una velocidad vertiginosa, en un show que dura cerca de tres horas y cubre muchos temas. Tiene un ojo fino para crear imágenes en el escenario y con 26 actores moviéndose en escena, su paleta de colores está completa.

En una época en la que la industria del espectáculo comercial mira hacia la seguridad relativa de las películas o libros de cómics como fuente para sus obras, “Wallenberg” es un trabajo importante sobre un hombre cuya historia hace tiempo se ha perdido en la historia.

En enero de 1945, Raoul Wallenberg se encontró con el ejército soviético y nunca más se supo de él.

Pero esta no es la historia de “Wallenberg”.

Finalmente, no pudo salvarlos a todos. El vagón comienza despacio su andar, y los gritos desconsolados de los condenados pueden escucharse desde su interior.

Pero el legado de Wallenberg, se encuentra en las generaciones que sucedieron a aquellos a los que él salvó.

Es como en la canción final, que se ve cómo su trabajo hizo posible, Un Millón de Mañanas (“A Million Tomorrows”).

Wallenberg” White Plains Performing Arts Center, 11 City Place, White Plains. Desde Nov. 21. 8 p.m., Jueves a sábados; 2 p.m., Domingos y Nov. 4; 8 p.m., y Nov. 9 a las 10:30 a.m. se conmemorará la Kristallnacht (La Noche de los Cristales Rotos)

Traducido por Graciela Forman