enero 19, 2005

Palabras de la Encargada de Negocios de la Embajada de Suecia, Linnea Arvidsson

Señor Fundador de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, Baruj Tenembaum, Señores Embajadores, Autoridades, Señoras y Señores:

Nos hemos reunido para recordar la desaparición del ciudadano sueco Raoul Wallenberg, el 17 de enero de 1945, hace hoy 60 años.

Dagmar Hagelin, otra ciudadana sueca, también desapareció en el mes de enero, pero 32 años después, en 1977.

En este mismo momento en que nos encontramos aquí reunidos, iba a tener lugar una gran ceremonia en Estocolmo para honrar a Raoul Wallenberg, con la participacion del primer ministro de Suecia Göran Persson, de nuestra Canciller Laila Freivalds, embajadores y representantes de la comunidad judía sueca, y algunos de los mejores músicos de Suecia.

Lamentablemente, este acto tan esperado se canceló a pedido de Nina Lagergren, la hermana de Wallenberg, y otros familiares, porque Suecia en este momento, como muchos otros países del mundo, está de duelo por la terrible catástrofe natural ocurrida en Asia. Se estima en este momento, que más de 170.000 personas han muerto por el terremoto y el tsunami. Entre ellos puede haber unos 1000 suecos muertos, lo que para mi país significa una de las tragedias más grandes de las últimas décadas.

El tsunami ha sido una catástrofe impensable y extremadamente dolorosa.

También lo fue la tragedia ocurrida hace más de 60 años en Europa con el Holocausto.

La tragedia de hace 60 años no sólo nos duele por la pérdida enorme de vidas. También duele porque fue causada por los hombres. Pero no sólo duelen los actos de los culpables, sino tambien la pasividad y el silencio de aquellas personas que hubieran podido hacer algo para prevenir la catástrofe.

Raoul Wallenberg no permaneció en silencio. Hubiera podido quedarse en Estocolmo, viviendo una vida tranquila, pero no lo hizo. Por el contrario, eligió arriesgar su vida para salvar la mayor cantidad posible de personas. No cuestionó el hecho de tener que ir a Hungría. El sabía cuál era su camino. No claudicó.

Así, Raoul Wallenberg nos dió un ejemplo. Él, que era un hombre como nosotros, demostró que la acción es posible y que siempre debemos estar preparados para hacer lo correcto.

Se estima que salvó a alrededor de 100.000 personas, y es un gran honor para nosotros tener a dos de ellos presentes en esta ceremonia.

Quiero agradecer profundamente a la Fundación Wallenberg por su trabajo incansable para que no olvidemos nunca las atrocidades del Holocausto y para que siempre recordemos a Raoul Wallenberg y lo que nos ha legado. Recordar las tragedias del pasado es esencial para prevenir que ocurran otra vez.

Permitanme terminar con algunas líneas escritas por Hannah Senesh, una chica judía que fue capturada, torturada y ejecutada en Budapest en el año 1944, cuando tenía tan sólo 23 años:

”Hay estrellas cuyo brillo todavía se percibe en la tierra a pesar de haberse extinguido hace mucho.

Hay personas cuya luz todavía ilumina al mundo aunque no estén más entre nosotros.

Estas luces brillan especialmente cuando la noche es oscura. Iluminan a la humanidad.”

Para mí y para muchos otros, Raoul Wallenberg es uno de estos faros de esperanza.

Muchas gracias.