Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para instalar el homenaje a las victimas del Holocausto y otro a los justos entre las naciones. El destino de los justos es trágico. Wallenberg, algo así como un héroe kafkiano, salvó a 100.000 judíos de la ”solución final” de los Lager, pero su vida se extravió en la noche y niebla del Gulag. Está considerado el héroe civil más importante de la Segunda Guerra Mundial y, por lo tanto, del siglo XX: el individuo que salvó más vidas a lo largo de la historia. Evitó la destrucción de los dos guetos de Budapest, la colectividad judía más numerosa que sobrevivió a la catástrofe. ”Nos salvó a nosotros pero no lo salvamos”, dijo hace poco Yosef Lapid, líder del partido israelí Shinui. Al finalizar la guerra, levantaron un monumento en su memoria en Budapest (la versión oficial es que había muerto), pero las autoridades soviéticas lo hicieron demoler.
Alexandra Kollontai, embajadora soviética en Estocolmo, le dijo a su madre que Wallenberg estaba en buenas manos y no tenía por qué preocuparse. Al mismo tiempo, le advertía a la esposa del canciller sueco que no era conveniente hacer un escándalo con este asunto. Era toda una situación kafkiana: no se entendía la obstinación soviética por mantenerlo encarcelado durante décadas y aferrarse a una ”historia oficial” pueril, tampoco la pasividad del gobierno sueco en los primeros años de la posguerra y ciertas ambigüedades como las relaciones comerciales fluidas de SKF (propiedad familiar) con la URSS que le suministraba rulemanes a la Fuerza Aérea soviética en plena Guerra Fría y, además, las definiciones de una Enciclopedia de la Academia de Ciencias de Moscú, que mencionaba a la familia Wallenberg como ”partidaria activa del fascismo alemán y enemiga del proletariado”.
En 1948 fue candidato al Premio Nobel de la Paz y un año después, un compañero en la embajada publicó el libro ”¿Qué sucedió en Budapest?”
Aunque Leopold Trepper lo menciona en sus memorias, el interés por su figura recién comienza a partir de los ’80. Empezó a ser declarado ciudadano ilustre de varias naciones: primero en los Estados Unidos (1981), después en Canadá (1985), luego en Israel (1986) y poco a poco se fueron agregando más países. En 1985, la miniserie Wallenberg lo instaló en la opinión pública. En enero del ’89 se constituyó la Asociación Raoul Wallenberg de Hungría. Y en 1991 se formó la comisión ruso-sueca para investigar los archivos del sistema carcelario: encontraron cien documentos referidos a su encarcelamiento, pero el misterio siguió abierto. De acuerdo con numerosos testimonios, hasta fines de los ’70 seguía encerrado en prisiones y hospitales psiquiátricos. ¿Y después? En 1989, Helmut Kohll le pidió a Gorbachov que ”libere a ese anciano”. En 1997 fue constituida en Buenos Aires la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, con oficinas en Nueva York, Jerusalén y Caracas. Recientemente se lanzó la campaña mundial ”100.000 firmas por 100.000 vidas” para ”esclarecer definitivamente el destino de Wallenberg”. El petitorio será presentado al gobierno ruso y a la ONU. Existe el riesgo de que esto se convierta en el ”caso Wallenberg”, cuando estamos hablando de un hombre excepcional que enfrentó a la bestia. Tenía una expresión idiosincrásica: se sobrentiende. ¿Qué quería decir esto? Llevar adelante una misión, cumplir un destino, algo relacionado con el sentido de la existencia.
En vísperas de su ”desaparición”, un amigo de la Legación lo instó a ocultarse porque las Flechas Gamadas estaban buscándolo. Pero su respuesta fue acerca del sobrentendido: ”No tengo otra opción. He aceptado esta tarea y nunca podría regresar a Estocolmo sin el conocimiento de que he hecho todo lo humanamente posible para salvar la mayor cantidad de judíos”.
Quienes capturaron y se ensañaron con Wallenberg no fueron los fascistas húngaros, ni la Gestapo sino la Smersh (contrainteligencia militar soviética). ¿Acusación? Espionaje y protección de los capitalistas fascistas húngaros. Pero eso tampoco está claro.
En marzo de 1944, Adolf Eichmann llegó a Budapest e instaló su cuartel general en el Hotel Majestic. En julio llegó Raoul Wallenberg para hacerse cargo del Departamento Humanitario de la Legación. Hacía tiempo que los diplomáticos suecos se habían destacado por su seriedad y compromiso para rescatar judíos. A llegar, concertó una cita con Eichmann para cenar, pero lo dejó plantado. Luego mantendría varios encuentros, en los cuales se jactaría de sus orígenes judíos. Lo cierto es que así como abundan los antisemitas también hay personas que tienen un respeto y un cariño especial por el pueblo hebreo. Wallenberg siempre estuvo vinculado con judíos. Trabajó en Haifa en la filial de un banco sueco, donde escucho los primeros testimonios sobre las persecuciones del III Reich.
Después fue socio de un prominente judío húngaro dedicado al comercio exterior de alimentos. Fue él quien lo recomendó al Congreso Judío Mundial y a la organización estadounidense War Refugee Board para la misión que estaban planificando en Budapest. El primer candidato fue el conde Folke Bernadotte, pero al ser rechazado por el gobierno húngaro surgió el nombre de Wallenberg, algunos dudaron que una persona de 32 años pudiera estar a la altura de la tarea. Pero lo aceptaron y le inventaron un cargo diplomático: ”primer secretario” de la Legación sueca en Hungría a cargo del Departamento Humanitario. Wallenberg, al parecer, estaba dispuesto a jugar de diplomático pero no a comportarse como tal. Envió una carta al canciller sueco para decirle que no estaba dispuesto a aceptar que el protocolo y la burocracia pusieran trabas a su misión. Solicitó facultades especiales para tratar con quien quisiera sin necesidad de informar previamente al jefe de la Legación. También solicitó autorización para utilizar el correo diplomático fuera de los canales habituales. Un pedido tan irregular llegó rápidamente al primer ministro y al rey Gustavo V, quienes lo aprobaron.
Wallenberg era un hombre excepcional pero no providencial. Antes de su llegada a Hungría, la Cruz Roja local había alquilado varios edificios en los que ponía carteles que decían Biblioteca Sueca o Instituto de Investigaciones Sueco que no eran otra cosa sino refugios para judíos.
Lo primero que hizo Wallenberg fue diseñar pasaportes. Conocía bien a los alemanes: no se detenían ante nada pero tenían devoción por los sellos y los documentos. Así, creó los Schutz-Pass, algo así como pasaportes suecos, aunque en realidad eran papel pintado que de todos modos deslumbraban a los burócratas centroeuropeos. Eran azul y amarillo (los colores de Suecia), con las Tres Coronas y un montón de sellos con firmas. De esta forma, empezó su tarea de rescate. En un principio sólo estaba autorizado a emitir 1.000 Schutz-Pass, pero luego la cancillería húngara le permitió distribuir 4.500. También abrió 30 Casas Suecas, donde encontraron refugio 15.000 personas. En el Departamento Humanitario de la Legación tenía 370 empleados (todos judíos húngaros) y otros 700 vivían en el edificio. Un colega de aquella época recordó su estilo poco diplomático: ”Solía exponer dos personalidades bien diferentes. La primera era la de una persona tranquila, graciosa, instruida y cálida. La segunda mostraba a una persona agresiva que no dudaba en gritar o hasta amenazar a los nazis en ciertas ocasiones, así como adularlos o sobornarlos en otras, según lo requerían las circunstancias. Wallenberg los impresionaba y por lo general aceptaban sus demandas”.
Hungría había tenido una población judía de 700.000 personas pero cuando Wallenberg llego en Budapest había 200.000. A pesar de la proximidad del desenlace de la guerra, Eichmann estaba dispuesto a acelerar la ”solución final”, con la deportación completa de los guetos de Budapest hacia Auschwitz y Birkenau. Entonces, Wallenberg se las ingenió para hacerle llegar al jefe de la Wermacht, en Hungría, una carta donde lo hacía personalmente responsable de ese genocidio. Le advertía que al concluir la contienda, él se iba a encargar de que lo juzgaran y colgaran como un criminal de guerra. Las deportaciones se paralizaron y dos días después entraron los soviéticos en Budapest. Encontraron a más de 90.000 judíos en los guetos y otros tantos escondidos por ahí: 120.000 en total. Por eso se habla de Wallenberg como del héroe civil que salvó a 100.00 personas.
El 17 de enero de 1945, él y su chofer fueron arrestados tras una reunión con autoridades militares soviéticas. Estuvo en Lubianka, en Gorki y otras cárceles. ¿Por qué y para qué? Nadie lo sabe, tampoco qué sucedió después. Es decir: un ”desaparecido”. De esta manera, el héroe civil más importante de nuestro tiempo se convirtió en un héroe kafkiano.