Su Legado

Algunas consideraciones sobre su legado

Por los distintos testimonios, comentarios y escritos recogidos entre sus más allegados, así como por aquellos que conocieron su obra tanto en el plano creativo como en el de la acción humana, y los que también fueron beneficiarios directos de su generosidad, se puede afirmar con total justeza, que Monseñor Alfonso Durán es considerado uno de los hijos pródigos de la ciudad de Santa Fe, y una de las personalidades más queridas y respetadas.

Gozando de una amplia popularidad, cimentada a lo largo de su vida por la sencillez, el trato sin distinciones, y su carácter abnegado y siempre dispuesto para el más necesitado, su personalidad ”múltiple y arremolinada” como a él mismo le gustaba definirla, generó admiración, simpatías y adhesiones incondicionales.

Prueba de esto es la palabra de distintos actores de la sociedad santafesina de ese entonces, que expresaron al unísono su dolor al momento de su partida aquel 6 de octubre de 1954. Dando cuenta al mismo tiempo de la dimensión humana de su obra y de la fortaleza espiritual con que la llevó adelante y que le valió el reconocimiento que a continuación pasamos a reflejar.

Compromiso con su tiempo

A manera de hitos serán señalados escritos de Monseñor Durán en los cuales expresaba públicamente, en discursos o notas periodísticas, el impacto que le producían ciertos acontecimientos del mundo.

En enero de 1919 publicó en el diario El Orden un artículo que llevó el nombre de ”El momento”. En el breve texto alude críticamente a la revolución moscovita ocurrida en Rusia, señalando que se han apoderado de ”los rublos de la nobleza y la burguesía” que serían ahora destinados a la internacionalización del proletariado surgiendo así como ”nueva fuerza pujante, avasalladora”.

Y advierte ”… los padres, con la savia de la niñez, inyecten en sus hijos amor a los que en fortuna son menos que ellos; rompan fronteras, desvanezcan prejuicios sociales o políticos, amamantándolos en el cumplimiento del deber y en la tolerancia y perdón de los ajenos defectos.

La solidaridad humana tiene ansias de mayor equilibrio igualitario para no odiarse: de más sinceridad y de menos hipocresías.

Concurramos todos jubilosos al surgimiento de la nueva humanidad; y resulte obra común de espontánea solución, lo que sí no habrá de ser fruto de dolorosos desgarramientos y sangrientas exacerbaciones”. [El Orden, Santa Fe, Enero de 1919].

En el período de entre guerras pone de manifiesto su opinión esperanzada en torno a los avances que se producen en la tecnología y la ciencia:

”… Desde hace años, señores, vengo oponiéndome a los que juzgan que atravesamos un período de decadencia […] Desde hace años me reafirmo, hora tras hora, en que cruzamos un período de memorables resurgimientos, de exuberancias en la vida, de nuevas revelaciones en audacias intelectuales […] Con el sacudimiento de la enorme y crudelísima guerra mundial, salió la humanidad del casi letargo que había caído […] Después de la horrorosa sangría y de la fabulosa angustia, ha experimentado una estupenda reacción de su pasado anquilosamiento; y por todas partes hay sonidos de músicas nuevas que agitan la mente con otros conceptos, y el corazón y la sensibilidad entera con insólitos efluvios. […] más que nunca se hacen necesarios los focos luminosos que viertan su fulgor de eterna verdad, y de eternos principios, y de purísima moralidad, y de orden, y de armonía, a fin de que, con el ansia de seguir los caminos nuevos no suceda que perdamos todos los caminos […] Señores: nosotros a quienes los torrenciales del nuevo
pensar y del nuevo sentir nos encuentran maduros en principios; nosotros, los que tenemos la suerte inmensa de haber nutrido nuestra niñez y nuestra juventud por el pan fermentado de una levadura de Religión y Patria capaz de hacer la grandeza de los pueblos, nosotros podemos abrir de par en par nuestra mente y nuestro corazón a todo este conjunto de tinieblas y de amaneceres, de huracanes bramadores y de brisas cantarinas, que nos hablan cosas contradictorias en arte y en libertad, y en fraternidad, y en ansias propietarias, y en renovación de valores, cosas hasta hoy quizás nunca oídas […] Y nuestros principios son lastre, no que nos impida navegar hacia los horizontes antes no vistos (me refiero a los que amamos la inquietud del mejoramiento y no la tranquilidad de las momias), son lastre, digo, que nos da la gravitación necesaria para marchar serenamente seguramente, pero siempre adelante y sin anclar, hacia las lontananzas de humana superación […] Es decir, señores, que Dios y Patria deben seguir constit
uyendo las inexhauribles fuentes de inspiración y de los más fuertes dinamismos orientadores […] Haciendo la salvedad de que el concepto de Patria, dice ser humanitario, quiero decir, sin excluir el sentimiento de solidaridad humana, antes robusteciéndolo y hermoseándolo […] Una Patria es una parte integrante de la Humanidad […] Hacer, pues, grande a la Patria, es concurrir a la grandeza de la Humanidad […]”
– Discurso de Monseñor Alfonso Durán en el acto de colación de grados del Colegio Adoratrices del año 1930, El Litoral, Santa Fe (8 de Diciembre de 1930) –”En el Colegio de las Adoratrices”.

Resulta interesante incluir un poema en donde revela en toda su dimensión su espíritu cosmopolita, léase, su vocación ecuménica y de compromiso con la igualdad de credos y razas, casi un ”himno al ecumenismo” de Durán por los sentimientos que expresa respecto a la humanidad y su futuro.

Llegará

Yo quisiera una raza… yo quisiera

Que, pues Dios ha tendido un solo cielo,
una sola también la raza fuera:
Y de un confín al otro el Universo
ya que sólo es un sol quien nos alumbra,
cantará palpitante un solo verso.

Yo quisiera una raza, una tan sólo,
sin guerras, sin rencores;
sólo por juez supremo en los debates,
El Cristo que murió, brazos abiertos
deshecho todo en eclosión de amores.

Una raza tan sólo yo quisiera;
una raza de hermanos
donde el genio de todas se fundiera;
una sola visión, una bandera,
y todos por conciencia soberanos.

Una sola república surgiese
cuya sola bandera contuviese
las demás, con belleza peregrina:
No es que te niegue, Patria, antes la muerte;
es que en aquel pendón sublime y fuerte,
leyérase también: ”Patria Argentina”.

Fuese la raza humana aquella raza
cubierta toda por el mismo cielo,
en la cual cada lágrima vertida
se evaporase siempre en un consuelo.
No hubiera allí opresores y oprimidos;
en las dolientes llagas del hermano,
pusiéramos el bálsamo cristiano
y un gajo de laurel a los caídos.

No hubiera noche oscureciendo el alma,
no hubiera torturados corazones;
ni los pueblos quemaran sus millones
en guerras fraticidas
rencor sembrando y deshaciendo vidas.

Por ley suprema aquel fulgor eterno
que Jesús derramó para nosotros,
cuando mandó a los hombres
que se amaran los unos a los otros.

Hora de redención; flor de esperanzas
que llegará algún día,
aunque antes crucen siglos
si del odio es tan grande la porfía.

Nada bello se gesta en un instante:
largo rodar de innumerables siglos
tardó en surgir la Creación radiante;
y eso que Dios de haberlo Él pretendido,
mares, montañas, selvas, luz, auroras,
vibraciones y vida y movimiento,
todo pudiera haberlo Él encendido
con el impulso sólo de un aliento.

Ya a veces tiembla el corazón de gozo
como tiemblan los nidos,
cuando presienten que la noche acaba
y por brisa auroral son sacudidos.

Ya en la línea remota
que finge en sus misterios lontananza,
un surgir se adivina de bonanza
a veces aleteo
a veces de victoria clamoreo
y entre el cielo y la tierra
la imagen de Jesús que nos abraza
derramando su amor a Borbotones,
para fundir en Él la única raza
abrasando de amor los corazones.

El siguiente poema también nos habla del compromiso de Durán con su tiempo a partir de cómo él ve los aciertos y los errores de la humanidad, pero siempre poniendo énfasis en la espiritualidad como motor del progreso material, y en el papel del hombre ”moderno” para sobrellevar cualquier circunstancia adversa.

Ser héroe

Es batallar aun con mortal herida
mientras tenga el pulmón un solo aliento;
contemplarse morir sin un lamento
con señera mirada hacia la vida.

Marchar doquier con la bandera erguida,
como una convicción y un sentimiento,
por mediocres mofada y por el viento
con azotes de rabia sacudida.

Inmolarse a sí mismo cuando llega
la suprema ocasión de comprenderlo
en aras de un destino soberano.

Y mientras no, en la cotidiana brega,
siempre adelante sin temor de hacerlo,
cruzar el Rubicón como el Romano.