abril 8, 2011

Una historia de dolor y coincidencias

Nunca hubiera vuelto a recordar esta tristísima historia cuyos protagonistas no llegué a conocer y que mi padre, con voz quebrada por la emoción, me relató en la niñez.

Una sucesión de hechos fortuitos fueron encadenándose para que lo hiciera; tal vez porque el dolor de tantos inocentes permanece en las entrañas de la humanidad y, como magma de un volcán, cada tanto emana su violencia como testimonio del más absoluto “nunca más” para el linaje humano.

En el año 2009 viajé a Nueva York para participar en el taller de Escultura de una academia de arte.

Una noche, estando allí, salí a cenar con una amiga argentina que estaba de visita y con una sobrina de ésta, María, que vivía y trabajaba en Manhattan y quiso sumarse al grupo.

Durante la cena, María contó que en la Universidad de México, donde se había graduado, habían elegido su tesis para ser publicada. El libro ya estaba editado y le ofreció a su tía hacerle llegar un ejemplar. Como mi amiga partía a la mañana siguiente hacia Filadelfia, sugerí que me fuera entregado a mí y que yo lo llevaría a Buenos Aires a mi vuelta. Para esto, lo más conveniente era dejarlo en la academia donde yo cursaba y que casualmente estaba cerca del lugar de trabajo de María. Le entregué los datos:

The Art Student League
Para entregar a Renata Di Segni
Taller de Jonathan Shon

Al llegar a mi clase en la tarde siguiente, el profesor ya tenía en su mano el libro y con cara sorprendida me preguntó:

-¿Su apellido es Di Segni?- ya que sólo nos conocíamos por el nombre de pila.

Y allí, ante mi estupor, comencé a escuchar de labios de mi profesor una historia que lentamente iba desgranando mis más recónditos recuerdos de la infancia.

“Cuando  yo era joven, recién casado y recibido en la Escuela de Arte, fui a Roma a estudiar escultura. Al llegar, sabiendo que no contaba con mucho dinero, unos amigos me recomendaron ir a ver a un Sr. Gianni Di Segni, propietario de un departamento muy grande que, por algún motivo que ignoraban, alquilaba a un precio muy barato. El último inquilino acababa de irse y ellos sabían que estaba disponible.

A la mañana siguiente me presenté en una sedería en la Via Appia Nuova preguntando por el Sr. Di Segni a quien le planteé mi interés por el alquiler.

Este hombre, sentado detrás del mostrador, casi no levantó la vista hacia quien le hablaba y de manera bastante descortés me dijo que anotara mis datos en un papel y que me retirara. Que él los vería en otro momento.

Realmente disgustado por el mal trato anoté en un papel mi nombre y un teléfono y lo apoyé con fuerza sobre el mostrador, yéndome del local sin saludar. Cuando estaba llegando a la puerta escuché  -¿ALEMÁN…?-  a lo cual muy enojado contesté –Y JUDIO!!!-

El Sr. Di Segni salió corriendo detrás mío y me pidió disculpas de la manera más encantadora que se pueda imaginar. Acto seguido me acompañó al departamento para que lo viera y rápidamente concretamos el alquiler.

Lo alquilé durante 12 años, que fue el tiempo que finalmente me quedé en Roma y allí nacieron mis 2 hijos.

Todos los meses yo iba a su sedería a pagar el alquiler. Tomábamos un café y nos quedábamos un rato charlando. Fue en una de esas charlas donde Gianni me confió el motivo por el cual él no quería vivir en el departamento.

Cuando Gianni tenía tan solo 11 años, los nazis entraron en el barrio judío de Roma, cercano al Campidoglio y fueron casa por casa, departamento por departamento, llevándose a todos sus ocupantes, familias enteras, para su deportación. Cuando su madre vió que el próximo departamento era el de ellos, hizo esconder a su hijo menor, Gianni, debajo de la cama matrimonial explicándole que debía quedarse absolutamente quieto y mudo.

Los soldados fueron revisando cuarto por cuarto, sin dejar lugar. Gianni escuchaba el sonido de las botas acercándose cada vez más a su escondite, aumentando el pánico de verse descubierto. Finalmente los pasos se detuvieron frente a la cama. Obedeciendo la orden de un superior, el soldado levantó la colcha de la cama y se agachó a verificar. Su mirada se fijó en el niño aterrorizado que lo miraba con espanto. Fue sólo un segundo.

Entonces dejó caer la colcha nuevamente en su lugar y se incorporó sin pronunciar palabra.

Los nazis se retiraron llevándose a los padres, la abuela y los hermanos mayores. Gianni quedó solo en el departamento en medio de un silencio sepulcral sin atinar a moverse, tal vez durante horas. Cuando llegó la noche, cautelosamente abandonó su escondite. Fue al baño, bebió agua y buscó algo que hubiera para comer, mientras recorría esa tumba en la que se había transformado su casa.

Dos días pasaron y para ese entonces la vecina de abajo, habiendo escuchado algunos ruidos, se decidió a subir al departamento. Allí encontró a un niño que, asustado y completamente solo, se arrojó en sus brazos buscando protección y decidió esconderlo en su propia casa.

Así sobrevivió Gianni durante toda la guerra, oculto en una despensa. Al final, fue ayudado por algún otro pariente que también salvó su vida.

Nunca quiso volver a la casa de su infancia que había compartido con sus hermanos, padres y abuela. Imposible tolerar tantos recuerdos y tanta pérdida.

Toda su familia murió en Aushwitz y él quedó absolutamente solo y vivo gracias a la piedad de un joven soldado que seguramente no pudo cumplir ese día la horrorosa orden de mandar a morir a un niño de once años.”

El Sr. Gianni Di Segni, infortunado protagonista de esta crónica, era primo hermano de mi padre y único sobreviviente de esa familia. El relato de Jonathan en relación a él coincidió exactamente con el que mi padre me refirió hace ya más de 50 años y creo que habría permanecido sepultado para siempre de no haberse dado esa convergencia de situaciones aleatorias que volvieron a sacarla a la luz :

el viaje a Nueva York

la cena con la amiga

la sobrina que participa en la cena

la mención del libro

su envío a la Academia

la recepción del libro por el profesor…

Me corresponde a mí, heredera de esta tristísima historia sucedida en mi familia, concluir este testimonio con los datos postreros que mi profesor de arte me llegó a transmitir.

Cuando, después de 12 años Jonathan se volvió a su país de origen, un psiquiatra que lo atendía a Gianni por sus temores y depresiones, le mal aconsejó irse a vivir a aquel departamento a fin de exorcizar todos esos fantasmas que lo torturaban.

Se quitó la vida poco tiempo después de haberse mudado. El mismo niño salvado por el soldado nazi no pudo sobrevivir a su terrible destino de soledad, injusticia y horrendas pérdidas.

Renata Di Segni