marzo 1, 2018

Hace 20 años falleció el cardenal Antonio Quarracino

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Donde yace, en una capilla lateral de la catedral porteña, el cardenal quiso colocar escritos de textos recogidos de biblias de sinagogas atacadas en Alemania y de la voladura a la AMIA. Su reacción de condena a ese brutal atentado fue inmediata, no hacía mucho tiempo había visitado esa sede. Fue un intenso cultor del diálogo interreligioso, tanto en el orden local como latinoamericano, cuando se desempeñó en el CELAM. Mantuvo relación con el rabino reformista León Klenicki, que hizo una guía de la celebración de Pésaj, la Pascua judía, orientada a su comprensión por los cristianos, cuya publicación Quarracino promovió desde el organismo de los obispos latinoamericanos. También fue muy amigo de Baruj Tenembaum, ciudadano argentino residente en Estados Unidos que promovió la Casa Argentina en Israel Tierra Santa y luego la Fundación Raoul Wallenberg. En una ocasión, compartió con él un acto junto con Emilie Schindler, que pasó sus últimos años en la Argentina, y quien, con su marido salvó a muchos judíos durante el régimen nazi (lo que dio lugar a la famosa película “La lista de Schindler”, de Steven Spielberg). Y su amigo judío organizó en 1992 un viaje peregrinante del arzobispo a Tierra Santa. Por otra parte, Quarracino llamó al país a las religiosas de Nuestra Señora de Sión, para favorecer el diálogo y el encuentro con los hermanos mayores en la fe. 

Se cumplen hoy veinte años del fallecimiento del cardenal Antonio Quarracino, que murió el 28 de febrero de 1998 siendo arzobispo de Buenos Aires y que fue inmediatamente sucedido por el arzobispo coadjutor, monseñor Jorge Mario Bergoglio.

Fue el cardenal Quarracino quien en 1992 rescató a Bergoglio de la casa jesuita en Córdoba, a donde había sido destinado y estaba retraído, dedicado a atender confesiones, y lo trajo a Buenos Aires como obispo auxiliar. Bergoglio -que había sido muy joven, con 37 años superior provincial de los jesuitas, puesto que ocupó entre 1973 y 1979, y luego fue unos años rector del Colegio Máximo en San Miguel- pasaba lo que muchos han considerado un exilio y él mismo ha reconocido como un tiempo de “gran desolación, un tiempo oscuro”. Quarracino abrió un camino insospechado en la vida de quien luego sería su sucesor en el arzobispado porteño entre 1998 y 2013, cuando fue elegido obispo de Roma y asumió el papado con el nombre de Francisco.

El arzobispado de Buenos Aires recordará al cardenal Quarracino con una santa misa por su eterno descanso que será celebrada el próximo domingo 4 de marzo, a las 11.30, en la catedral metropolitana.

Quarracino y Pironio 

El cardenal Quarracino murió en el mismo mes en que falleció en Roma un dilecto amigo, el cardenal argentino Eduardo Pironio, actualmente en proceso de beatificación. Pocas horas antes de morir en Roma su entrañable amigo, el cardenal Quarracino se había comunicado con él desde Buenos Aires, y con voz entrecortada por el llanto le dijo: «Querido Eduardo: vas a ir al cielo, y al llegar decile a la Virgen que pronto podamos reunimos allí nuevamente». Quarracino presidió las exequias de Pironio en la catedral de Buenos Aires, y lo despidió en la basílica de Luján con palabras llenas de afecto. Le dijo al finalizar «Hasta cualquier momento, cardenal Pironio».

En una misa de cuerpo presente cuando Quarracino murió, monseñor Raúl Rossi, obispo auxiliar de Buenos Aires, evocó esa despedida al cardenal Pironio, pocos días antes de su propio fallecimiento. «El amigo a quien en Luján no despidió con un adiós, sino con un hasta cualquier momento. ¡Quién iba a pensar, entonces, que ese momento estaba tan cercano! Ese Quarracino tan dolorido, por cuyo rostro corrían las lágrimas, pero que al mismo tiempo sacaba fuerzas de su flaqueza, ese que despedía al amigo tan querido, al que le hablaba con ternura, ese era, tal vez, el Quarracino más auténtico, aunque el menos conocido».

Evocado en la Catedral: “afable, sencillo, cordial” 

Al fallecer el cardenal Quarracino, hubo un primer velatorio privado en la residencia del arzobispado en Olivos y luego sus restos fueron trasladados a la Catedral de Buenos Aires, escoltados por el Regimiento de Granaderos. Allí monseñor Bergoglio (hoy papa Francisco) rezó un solemne responso, tras lo cual el pastor fallecido recibió los primeros homenajes de su pueblo. Y se sucedieron muchas misas.

En una de ellas, monseñor Mario Serra, obispo auxiliar, quien interrumpió varias veces su homilía invadido por la emoción, recordó al cardenal como alguien «afable, sencillo, cordial, comunicativo, frontal, constantemente de buen humor y con un amor apasionado por la verdad. Abierto siempre al diálogo con los demás», especialmente con los fieles de otras confesiones, y preocupado sobre todo por las vocaciones sacerdotales.

Y en otra misa, monseñor Héctor Aguer, también obispo auxiliar, dijo: «Quienes hemos colaborado estrechamente» con el cardenal Antonio Quarracino, «y en realidad cuantos le han conocido y tratado, pudimos apreciar su inteligencia, su vasta cultura, su amplísima experiencia eclesial; pero sobre todo hemos reconocido en él a un hombre bueno, generoso, magnánimo, hemos gozado de su llaneza, de su cordialidad y de su buen humor. En treinta y cinco años de episcopado, se prodigó en todos los aspectos del ministerio pastoral».

En las exequias hubo dos cardenales, unos ochenta obispos y unos cuatrocientos sacerdotes.

Venido de Italia con sus padres inmigrantes 

Antonio Quarracino nació en Pollica, pequeña población de la provincia de Salerno, en el sur de Italia, el 8 de agosto de 1923, y vino al país con sus padres inmigrantes cuando tenía apenas cuatro años de edad.

Al alcanzar la mayoría de edad, se hizo ciudadano argentino. Vivió sus primeros años en San Andrés de Giles, provincia de Buenos Aires, donde cursó la escuela primaria, Luego entró en el Seminario San José, de La Plata, donde siguió sus estudios en la ciencias humanas y eclesiásticas. En su sepelio, monseñor Rubén Di Monte, que era entonces obispo de Avellaneda, lo recordó en otro seminario, el de Mercedes, donde él era alumno y Quarracino era profesor siendo un joven sacerdote, en una faz que quizá muchos no conocían: lo bien que «jugaba al fútbol, a la paleta y nadaba”. Y memoró cómo entretenía a los seminaristas más jóvenes con sus canzonetas napolitanas y una «voz envidiable».

Sacerdote ordenado en Luján 

El 22 de diciembre de 1945 fue ordenado sacerdote en la basílica de Luján por el obispo de Mercedes, monseñor Anunciado Serafini. De modo similar al de su amigo Pironio, la patrona de la Argentina estuvo hondamente presente en su vida.

Fue profesor en el Seminario Diocesano de Mercedes, secretario general y canciller de la Curia de esa diócesis, asesor eclesiástico del Consejo Diocesano de la Juventud de la Acción Católica, consultor diocesano y profesor de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires.

Amante desde joven de la buena música (siempre que podía disfrutaba de ella), fundó siendo un joven clérigo el Coro y el Instituto de Profesorado «Ciudad de Mercedes». Lo que solía recordar -no sin una sonrisa- como un dato «extracurricular».

Obispo en los años del Concilio 

El 3 de febrero de 1962 San Juan XXIII lo nombró obispo de Nueve de Julio, en la provincia de Buenos Aires, sede de la que fue su segundo diocesano. Y el 8 de abril de 1962, en la catedral de Mercedes, recibió la consagración episcopal de manos de monseñor Anunciado Serafini., Fue un prelado renovador, con una altísima dedicación a las distintas zonas urbanas y rurales de un vasto territorio, que recorría animando a los fieles en esa época del Concilio Vaticano II, en el cual participó.

El 3 de agosto de 1968 Pablo VI lo trasladó a la diócesis de Avellaneda, que debió tomar tras el retiro de monseñor Jerónimo Podestá y un breve período en que Pironio fue administrador apostólico. En su gobierno pastoral se construyó la nueva Catedral, inaugurada y consagrada el 1º de mayo de 1984, en reemplazo del templo anterior, forzosamente demolido por su mal estado en 1971.

El 18 de diciembre de 1985 Juan Pablo II lo promovió a la arquidiócesis de La Plata, en la que desarrolló, como en otras sedes, encomiable labor pastoral. Animó la participación de sus fieles en el Congreso Pedagógico Nacional. Promovió el cuidado de la liturgia y el canto como expresión de fe de la comunidad católica, evitando toda superficialidad y ligereza en el marco que acompaña a la celebración de los sacramentos.

Una visión latinoamericana 

Se desempeñó en el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) como miembro primero y presidente después de diversos departamentos; hasta que en 1978 fue elegido secretario general, a partir de cuyo momento su entrega al CELAM fue total y absoluta. Bogotá fue centro de su actividad, alternando su atención con Avellaneda. Unos años más tarde, en 1983, pasó a ocupar la presidencia, elegido por una asamblea del CELAM reunida en Puerto Príncipe, que abrió San Juan Pablo II. Ocupó ese cargo hasta 1987, y debió afrontar diversos desafíos como los planteados por la teología de la liberación, el acrecentamiento de los grupos evangélicos, las tendencias secularistas que iban contrarrestando el sustrato cristiano y mariano de la población, las secuelas de las guerrillas y los regímenes militares, y distintas interpretaciones –que resaltaban más las luces o las sombras- del papel de la Iglesia en la historia del continente que buscó evangelizar.

Durante esa presidencia se inició la novena de años, como preparación al V Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América, que coincidiría con la asamblea del CELAM que presidió San Juan Pablo II en 1992 en Santo Domingo.

Primado de la Argentina 

El 10 de julio de 1990, Juan Pablo II lo nombró arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, funciones que asumió el 22 de septiembre siguiente. Fue el 10º arzobispo de Buenos Aires y el 25º diocesano de la sede primada argentina.

Entre otras muchas obras, encaró la restauración del viejo templo catedralicio y promovió allí, junto con otras celebraciones, una misa mensual de hombres, evocando quizá la multitudinaria noche de oración de los hombres que durante el Congreso Eucarístico de 1934 había llenado la avenida de Mayo, sorprendiendo a todos los que suponían que éstos estaban desapegados de la religión y dejaban esa práctica a sus esposas.

En la asamblea plenaria que los obispos celebraron en noviembre de 1990 en la Casa María Auxiliadora, de San Miguel, provincia de Buenos Aires, fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, y más tarde reelegido hasta 1996.

Fue también ordinario para los fieles de Rito Oriental que no cuentan con ordinario propio.

Cardenal, actuación en la Santa Sede 

En el consistorio del 28 de junio de 1991, Juan Pablo II lo creó cardenal de la Santa Iglesia Romana, del título de Santa María de la Salud, en Primavalle.

Fue miembro de la Congregación para los Obispos; del Pontificio Consejo para la promoción de la Unidad de los Cristianos; del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios; del Consejo de cardenales para el estudio de los problemas organizativos y económicos de la Santa Sede; de la CAL (Pontificia Comisión para América Latina) y de la Comisión preparatoria del Sínodo Americano. Organismos todos con asiento en la Santa Sede.

Labor periodística 

Inclinado a la labor periodística, cuando fue arzobispo de La Plata renovó la Revista Eclesiástica Platense, tan antigua casi como la misma diócesis, convirtiéndola de simple boletín informativo arquidiocesano en una hoja de interés cultural, con profusión de notas históricas, literarias, sociales, etc.

Publicó también las siguientes obras: «Jesucristo y su Iglesia»; «Sacerdote, pero ¿cómo?»; «Seguir a Cristo en la doctrina social de la Iglesia»; «Notas sobre la realidad argentina» (tomos I y II); «Claves de un Cardenal» (sus disertaciones por televisión); «Palabra y Testimonio»; «Perfiles Sacerdotales».

Colaboró en «Sapientia», la revista de filosofía impulsada por monseñor Octavio N. Derisi; la «Revista de Teología» y «Notas de Pastoral Jocista»; como así en los importantes diarios capitalinos La Nación, Clarín y La Prensa. Una vez, Germán Sopeña, secretario de redacción de La Nación, mostró admiración por el estilo fluido y la profundidad que tenían los artículos que enviaba y que ese diario publicaba en su página de opinión, que revelaban otra faceta de quien mostraba una figura más bien bonachona y campechana, de habla sencilla, en sus apariciones en la televisión.

Columnista en la televisión

Fue el primer arzobispo porteño que utilizó la televisión -frecuente y regularmente- para prolongar su labor pastoral por ese medio. Fue columnista habitual en el programa Claves para un Mundo Mejor, conducido por Tito Garabal. Su lenguaje era directo, era amigo de llamar “al pan, pan, y al vino, vino”, sin vueltas, y eso generaba atracción, no indiferencia. Era un hombre que ponía fuerza en expresiones sintéticas, punzantes, y eso brindaba títulos llamativos e impactantes luego a la prensa escrita. No le faltaban tampoco contradictores y detractores, molestos por sus ironías y por el modo en que ponía el dedo en la llaga de problemas que hubieran preferido no menear.

Al respecto, dijo ante su muerte monseñor Aguer: «Algunas veces, y no sólo a causa de la agudeza de su estilo, produjo enfado y fastidio a los manipuladores de la opinión, a quienes haciendo valer el poderío exorbitante del micrófono o de la página impresa imponen la dictadura de cierta unanimidad ficticia. Molestó al ‘jet-set’ de los nuevos sofistas, pero cosechó la aprobación, el aplauso y la sonrisa de la gente sencilla, del argentino común, de aquellos cuya opinión certera no suele caber en las encuestas. Ellos decían: ¡Quarracino tiene razón!»

Tenía un lenguaje llano, accesible, muy entendible para el hombre de la calle, usaba expresiones populares y en ocasiones deslizaba algún término lunfardo. Era bromista, festejaba las expresiones de humor, era comunicativo. Al mismo tiempo, tenía una exquisita precisión, solidez y hondura en sus escritos. Era aficionado a la música clásica, que escuchaba como fondo mientras estudiaba cuestiones o hacía escritos en la residencia arzobispal de Olivos, tras haber dedicado la mañana a atención de asuntos en la Curia porteña.

Con mucha consideración por la labor de la agencia informativa católica argentina AICA, que siempre alentó, participó en el acto en el cual su colección completa se incorporó a la Biblioteca Nacional. Compartió el estrado con el entonces secretario de Cultura, el escritor y médico psicoanalista Mario O’Donnell; el poeta Héctor Yanover, director de la Biblioteca, y Miguel Woites, director de AICA.

Relación con intelectuales 

Buen lector, ponderó mucho la labor intelectual del padre Leonardo Castellani, a quien rescató más allá de los problemas que lo separaron de la Compañía de Jesús y lo llevaron al ostracismo. Autorizado nuevamente a celebrar misa por San Juan XXIII, vivía en solitaria actitud en un departamento en Constitución, manifestando hasta el final fidelidad a la Iglesia. Quarracino lo visitaba y valoraba públicamente su persona y su obra. Hablaba con admiración y cariño del Castellani que había conocido y tratado en su ostracismo; del sacerdote que en medio de la pobreza y la indiferencia, rechazó el canto de sirena que lo invitaba a dejar la Iglesia «porque la Iglesia es mi madre», como Quarracino repitió muchas veces después de haberlo escuchado de los propios labios del escritor.

Por otros motivos, pero igualmente vivo y sentido, fue su reiterado elogio de Leopoldo Marechal, Francisco Luis Bernárdez y Juan Oscar Ponferrada, de quienes proponía se hiciera -junto con Castellani- la «Plaza de los Cuatro Poetas».

Sin llegar a estar discriminados como el autor de «Camperas», «Freud en cifra” y tantas obras más, aquéllos no gozaban de demasiada buena prensa, en parte por motivos políticos. Destacó a Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría), que en algún momento fue el novelista más leído en la Argentina y luego fue pasado al olvido, a quien Quarracino admiraba y defendía, como lo hizo resueltamente en la inauguración de la VII Exposición del Libro Católico. Y tenía un gran aprecio como poeta católico por José María Castiñeira de Dios, de quien fue amigo. En otro orden, tuvo una gran sintonía con el pensador uruguayo Alberto Methol Ferré, un intelectual de fuste que lo acompañó en algunas gestiones en el orden latinoamericano.

Tenía un gran recuerdo de la importancia que habían tenido los Cursos de Cultura Católica en la formación intelectual de muchos universitarios y artistas. Y de la influencia en la cultura de figuras como monseñor Gustavo Franceschi, director por décadas de la revista Criterio, desde 1932 hasta su fallecimiento en 1957. Él reunió en una antología algunos de sus editoriales y les agregó un prólogo afectuoso, lo que redundó en un libro publicado por AICA en 1997.

Quarracino formó una comisión de cultura en la arquidiócesis, en la que aprovechó la presencia de Eugenio Guasta, sacerdote que había colaborado con Victoria Ocampo en la revista Sur y que tenía muchos contactos y buenas amistades en los medios intelectuales. Entre otros fueron convocados en esa iniciativa las escritoras María Esther de Miguel y Jorgelina Loubet, y el periodista Bartolomé de Vedia. También estableció los premios José Manuel Estrada para figuras salientes en la educación, el arte, la cultura.

También fue muy amigo de Baruj Tenembaum, ciudadano argentino residente en Estados Unidos que promovió la Casa Argentina en Israel Tierra Santa y luego la Fundación Raoul Wallenberg. En una ocasión, compartió con él un acto junto con Emilie Schindler, que pasó sus últimos años en la Argentina, quien, con su marido salvó a muchos judíos durante el régimen nazi (lo que dio lugar a la famosa película “La lista de Schindler”, de Steven Spielberg). Y su amigo judío organizó en 1992 un viaje peregrinante del arzobispo a Tierra Santa. Junto a la tumba del cardenal, por su voluntad póstuma, fueron colocadas las cenizas de sus padres María Ana Lista (fallecida en 1955) y José Quarracino (en 1956). Y debajo del mural recordatorio puede leerse una carta que Quarracino envió a su amigo Tenembaum dos meses antes de morir, el 26 de diciembre de 1997, en la que dice: “El lugar definitivo del mural estará ligado al descanso que aguardo dentro de la Catedral para continuar pregonando la fraternidad como lo he hecho toda mi vida”. Y agrega: “No dudo de que el actual arzobispo coadjutor, monseñor Jorge Bergoglio, llegado el momento de sucederme, recorrerá el mismo camino de reconciliación y fraternidad con nuestros hermanos mayores”. Y expresa el deseo de que “ojalá haya muchos que emulen nuestra iniciativa en todo el mundo”.

Por otra parte, Quarracino llamó al país a las religiosas de Nuestra Señora de Sión, para favorecer el diálogo y el encuentro con los hermanos mayores en la fe.

Comidas con sacerdotes ancianos 

En 1983 recibió el título de doctor «honoris causa» en Humanidades de la Universidad Católica de Puerto Rico. Y en 1997 la Universidad de FASTA lo designó doctor honoris causa. Fue miembro honorario de la Academia Argentina de Música (1995) y recibió la distinción Cruz Belgraniana en el grado de Gran Cruz, que otorga el Instituto Nacional Belgraniano (1995). En abril de 1997 se le otorgó la Gran Cruz de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén.

Una crónica de AICA cuando falleció daba un dato desconocido por no haber sido motivo de publicidad. Desde que Quarracino era arzobispo de Buenos Aires, todos los meses invitaba a comer en su casa a un grupo de sacerdotes entre los más ancianos del clero de Buenos Aires. Comida íntima, sin protocolo, llena de recuerdos, donde el Cardenal era un comensal más. Falleció meses antes de cumplir 75 años.Poco antes, había incidido para que Jorge Bergoglio fuera promovido a arzobispo coadjutor de Buenos Aires, con derecho a sucesión, el 3 de junio de 1997.+