agosto 4, 2003

Discurso de Natalio Wengrower

Vicepresidente de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, Dr. Natalio Wengrower, en ocasión de la ceremonia conmemorativa de Raoul Wallenberg. Buenos Aires.

A continuación leeré unas palabras escritas por el Presbítero Horacio Moreno, Presidente de la Casa Argentina en Jerusalem, sacerdote católico pionero en la difusión del diálogo interreligioso desde hace más de cuatro décadas. Él mismo debía haber estado aquí para pronunciarlas pero una leve indisposición se lo ha impedido, por lo que me solicitó sea yo quien tenga el honor de leerlas en su nombre. Aprovecho la oportunidad para hacer votos por su pronta recuperación.

Señoras y señores,

En este mismo momento en que nos encontramos aquí reunidos, la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, ONG educativa fundada en Argentina por argentinos, está llevando a cabo actos simultáneos en Buenos Aires, Nueva York, Tel Aviv, Budapest, Santiago de Chile y Montevideo para celebrar hoy, 4 de agosto, el cumpleaños número 91 del ”Héroe sin Tumba”.

Representantes y voluntarios de nuestra organización rinden así homenaje en todo el mundo a una de las figuras señeras de los derechos humanos en el siglo XX, detenido y desaparecido en 1945 por una dictadura luego de haber combatido a otra.

La placa que la Fundación Wallenberg presenta como donación a la ciudad de Buenos Aires es un modo de difundir los valores que inspiraron a un funcionario público cabal que lo dió todo para auxiliar al prójimo necesitado. Esos valores, solidaridad y coraje cívico, son imperecederos y no conocen fronteras geográficas ni culturales. Su vigencia es una tarea que debemos imponernos. Sin ellos, las sociedades quedan sujetas al arbitrio de déspotas y asesinos. El Holocausto nos lo recuerda dolorosamente. La historia reciente de la Argentina, también.

Nada de lo que la Fundación Wallenberg ha realizado desde su creación hubiera sido posible sin la inspiración, coraje y determinación de su fundador, mi amigo de toda una vida, Baruj Tenembaum -hijo dilecto de las colonias judías en Argentina- quien se encuentra hoy en Nueva York celebrando el cumpleaños de Wallenberg.

Buenos Aires es una de las pocas ciudades que recuerda al diplomático sueco desaparecido con una escultura y un sello postal. Se trata de símbolos que dividen aguas y que nos recuerdan a cada momento cuál es el lugar que hemos elegido en la vida. Sin poseer esta certeza, estaremos siempre condenados a vivir a la deriva, a merced de los oportunistas que buscan sacar provecho de la confusión y de la anomia.

Buenos Aires es única en el mundo por tener un recordatorio de las víctimas del Holocausto -y de los asesinados en los atentados a la AMIA y la embajada de Israel- dentro de un templo cristiano. Este hito histórico se encuentra en la Catedral Metropolitana y fue instalado en 1997 a instancias de una idea de Tenembaum, fundador de nuestras organizaciones. El Mural, como solemos llamarlo, se preserva gracias a la determinación del actual Primado, Cardenal Jorge Bergoglio.

Proximamente, una réplica del Mural será instalada en un templo de la Iglesia Evangélica de Alemania, en la ciudad de Berlín.

Como hemos alguna vez señalado, la riqueza de las naciones no resulta sólo de la mera acumulación de capital sino, más bien, de la capacidad que tiene un pueblo para mirar de frente a su pasado, por atroz que haya sido. Nuestra fundación reconoce los claroscuros que caracterizan al gran cuadro de la Argentina.

Este reconocimiento tiene sentido porque su historia específica en la materia es intensa y contradictoria. Numerosos criminales de guerra encontraron refugio en Argentina al amparo de la complicidad de sus simpatizantes públicos y privados. Pero también miles de sobrevivientes de pogroms y dictaduras gozaron aquí de paz y prosperidad.

Sin embargo, mientras muchos países han decidido reconocer sus faltas en relación a lo sucedido durante el Holocausto, parece ser que en Argentina no logramos terminar de ajustar cuentas con nuestro pasado. En pleno siglo XXI no resulta precisamente agradable saber que un secretario de cultura firma cartas a favor de notorios criminales de guerra.

En la vida hay cosas más importantes que la vida misma. Una de esa cosas es LA VERDAD. Cuando renunciamos a ella la caída es ilimitada e inevitable.

No hay otra forma de mirar a nuestro prójimo a los ojos que asumiento lo que fuimos y lo que somos, sin reparos ni vergüenzas de ninguna especie.

Debemos mencionar aquí, como ejemplos a emular por las futuras generaciones, los casos del periodista Uki Goñi y la socióloga Beatriz Gurevich, quienes con honestidad intelectual y rigor académico bucearon en las tormentosas aguas del pasado de nuestro país en sus relaciones con las fuerzas que Wallenberg desafiaba al límite en Europa.

Este es también un homenaje a Suecia, nación hermana abanderada de los derechos humanos, como supo probarlo en los años de la dictadura de los años 70. La obra que la Fundación Wallenberg lleva a cabo en Argentina es también posible gracias a la colaboración de los diplomáticos suecos que se han desempeñado en los últimos años entre nosotros; al Embajador Peter Landelius y a su digna sucesora, la Embajadora Madeleine Ströje-Wilkens. A ambos les expresamos nuestra gratitud y reconocimiento.

Gracias a la ciudad de Buenos Aires y a su Jefe de Gobierno, quien demuestra poseer una especial sensibilidad por estos temas cruciales. Esperamos, Dr. Ibarra, que en un futuro cercano este hermoso monumento deje de darle la espalda al tránsito y pueda ser visto de frente. Usted tiene la palabra.

Nuestro agradecimiento, también, al señor Ministro de Educación, Lic. Daniel Filmus, por su apoyo al programa educativo ”Wallenberg en la Escuela”, emprendimiento que desarrollamos con el Instituto Göethe y que nos permitirá llegar a más de 3000 escuelas y 700.000 alumnos en la ciudad de Buenos Aires.

Gracias al señor Secretario de Cultura, Jorge Telerman, quien desde el inicio mismo de la idea nos ayudó a que la donación de la placa hoy se haga realidad.

Quisiera finalizar citando a otro funcionario público ejemplar, Aristides de Sousa Mendes, quien fuera Cónsul de Portugal en la ciudad de Bordeaux en 1940; católico ferviente y salvador de miles de vidas a pesar de las órdenes en contrario recibidas por un régimen tiránico. Murió en 1953, olvidado, defenestrado y en la mas absoluta pobreza. Cuando se le preguntaba por qué había desobedecido órdenes aberrantes, respondía: ”Es preferible estar con Dios y contra los hombres que con los hombres en contra de Dios.”

Muchas gracias.